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La inclusión para muchos, es un término que genera expectativa. Actualmente es quizá, un vocablo que trae rechazo e indiferencia para aquellos que han olvidado socialmente aceptar y valorar a quién presente una discapacidad; la indiferencia es la llave que cierra la puerta a una inclusión verdadera.
Es lamentable que el rechazo adjunto al temor y la indiferencia sean los principales obstáculos de quienes aparentemente no presentan ningún tipo de discapacidad; la respuesta ante un aparente “problema” está en potenciar la sensibilización, transformar pensamientos y acciones que lleven a generar un cambio interno y así, apoyar a quién necesite ser incluido y no excluido. La inclusión genera una hermosa interacción social, un deleite equitativo en derechos y oportunidades.
Cedeño Ángel (citado en Acosta,2013) menciona que es - una actitud que engloba el escuchar, el dialogar, participar, cooperar, preguntar, confiar, aceptar y acoger necesidades de la diversidad- ; él se refiere a todas las personas en toda su diversidad. (Inclusión educativa, párr.3).
Lo anterior nos da una idea clara de lo fácil que es entender que cuan diversos somos; es sólo dar pasos que lleven a mejorar la calidad de vida de ese ser que quiere ser tenido en cuenta.
Anteriormente, (en la edad media) se mencionaba que quién tuviera un integrante de la familia con algún tipo de discapacidad era por un castigo divino y como tal debían ser abandonadas en los bosques o territorios hostiles; lastimosamente el sistema social, religioso y educativo abalaba dicho pensamiento. Nadie tomaba en cuenta el dolor o la tristeza que tenían que vivir las familias al tener que enfrentar el rechazo social y así mismo tener que dejar a sus hijos o hijas en situación de abandono.
La inclusión afortunadamente tiene sus transformaciones en cuanto a contexto y tiempo; sin embargo somos una sociedad que anhela mejorar la calidad social pero le cuesta romper esquemas y entender que aquellos que alguna vez se les llamo: “anormales” en el siglo XV, deficientes mentales, deficientes físicos, con trastornos de aprendizaje en el siglo XX y en la actualidad “personas con necesidades educativas especiales” son y serán parte de un mundo donde falta humanización. De nada sirve encontrarse documentos como el que presentó el Ministerio de Educación Nacional de Colombia, ‘COLOMBIA, HACIA LA EDUCACIÓN INCLUSIVA DE CALIDAD’ donde pone en manifiesto que:
El incluir implica el dejar participar y decidir, a otros que no han sido tomados en cuenta. El objetivo básico de la inclusión es no dejar a nadie fuera de las instituciones, tanto en el ámbito educativo y físico, así como socialmente. (Ortiz, citado en Ramírez, 2015, p.6)
Para muchos lo anterior, quizá, es un avance, teniendo en cuenta que se plantea realizar una inclusión total y no parcial dentro de un sistema educativo que infortunadamente no cuenta con una planta de personal capacitada para guiar a niños con discapacidad visual, auditiva, intelectual o motriz y mucho menos las instituciones educativas cuentan con una infraestructura que esté diseñada a las necesidades educativas de quién por primera vez tendrá que enfrentar todo tipo de situaciones adversas; aunque la sociedad y el sistema educativo abran las puertas a una población con necesidades educativas especiales, aun las ventanas de los ojos y de la razón de quién o quiénes le reciben permanecen cerradas; la inclusión no es cumplir normatividades, ni realizar Planes Individuales de acuerdo a los ajustes razonables (PIAR). Es importante cambiar la forma de ver la inclusión. Somos parte de un sistema de inclusión, no excluyamos el corazón, ni la razón y que la diferencia no, nos haga indiferentes.
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