Escritor
ruso contemporáneo cuya obra guarda similitud a la de nuestro premio Nobel
Gabriel García Márquez.
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Vladimir Nabokov, entre Rusia y occidente. |
Por
Donaldo Mendoza
Motivado por los comentarios llegados a mi
correo de personas que leyeron el artículo sobre Thomas Mann, me animo ahora a
escribir sobre otra biografía leída en 2019, escrita por Brian Boyd: ‘Vladimir Nobokov / Los años
rusos’, publicada en el sello de Anagrama en 1992. Un trabajo de 595 páginas, “al que dedicó diez años de investigación en
Alemania, Francia, Inglaterra, Estados Unidos y Suiza”. Estos cinco
destinos hablan del trasegar de un hombre que a los 20 años de edad (1919)
debió abandonar la Rusia bolchevique.
No fue premio Nobel, pero es el escritor ruso más
influyente del siglo XX, con novelas que no desmerecen la condición de
clásicos: ‘Lolita’ (1955), ‘Pálido fuego’ (1962), ‘Ada o el ardor’ (1969). ‘La defensa’ (1929/1930), se incluye en
esta lista por la sorpresa que guarda. En efecto, esta novela, que se nos
presenta como la primera obra maestra de Nabokov, aportó esa frase con aliento
de epifanía con que se abre ‘Cien años de
soledad’. Comparen: “Muchos años
después, en un inesperado período de lucidez y de encantamiento, recordó con
pasmoso deleite aquellas horas de lectura en la terraza…” (La defensa, 1929); “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel
Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo
llevó a conocer el hielo.” (Cien años
de soledad, 1967). Gabo modificó el tiempo verbal en una forma que incluso
ha sido objeto de polémica y columnas de prensa: ‘había de recordar’. Y en otra
novela, ‘Mary’, está esta figura: “oscuros pezones de perro”.
Estamos, entonces, ante un escritor de oficio. De ese
filón se ocupará nuestra reflexión en los párrafos que siguen. “He tenido que ver con eso de escribir desde
que era muy pequeño.” Confesión que apuntala el credo de que se nace con la
marca de una vocación, que se desarrolla con talento, trabajo, constancia y
disciplina. Adelantemos este otro ejemplo: “Se
enorgullecía de gastar las gomas de borrar más deprisa que la mina del lápiz”.
En su mesa de trabajo era de contemplar su laboriosidad
de carpintero para salvar una página: “… tachando,
insertando, volviendo a tachar, arrugando la página, reescribiendo todas las
páginas tres o cuatro veces”. Quizá por eso otro ruso, Dostoievski,
admiraba tanto al santo de la paciencia, Job. Porque harta es la paciencia que debe
alimentar a un escritor de oficio. Nobokov tenía también la mística de la costurera
para la concepción de las mejores prendas: “…
soy un tanto minucioso en cuanto a mis instrumentos: fichas rayadas de
cartulina y lápices bien afilados, no muy duros, con capuchón de goma para
borrar”.
Esa rigurosa conciencia del oficio fue su salvación.
Confeso agnóstico, hizo del trabajo su razón de ser y estar en el mundo, y de
la escritura una liturgia propia, con un solo mandamiento, no de Moisés, sino
de Rainer María Rilke: si descubres que puedes vivir sin escribir, no escribas.
Bien difícil eso de creer y practicar. “A
veces la energía y la inspiración le empujaban a escribir durante doce horas
seguidas, con frecuencia hasta las cuatro de la madrugada, y raramente se
levantaba antes del mediodía”.
Como pensador, más que intelectual, se le observa
lejos de los lugares comunes que orientan la vida y las costumbres gregarias.
La ironía era una de sus fuentes filosóficas, por eso algunas prácticas y
juicios suyos parecen contradecirse; por ejemplo, nos dice el biógrafo que fue
el mejor estilista de su tiempo, el más original y su modo natural era una prosa
flexible y pulida, es decir, rítmica; pero en un sentido que semeja parodia,
definía la música como “una sucesión arbitraria de sonidos más o menos
irritantes”. Sus credenciales éticas, de pensador también, lo llevaron a
considerar que “la mejor escuela para un
escritor es la soledad, apartado de eso que llaman «vida literaria»”. Y
aunque reconocido agnóstico, procuraba no menospreciar las creencias en que
otras personas hallaban consuelo privado.
Vladimir Nabokov nació en San Petersburgo (Imperio
ruso) el 10 de abril de 1899, del calendario juliano, que en el nuestro (gregoriano)
corresponde al 23 de abril. Y murió en Montreux (Suiza) en 1977. Llegó a
Estados Unidos en 1940, procedente de Francia, huyendo de los horrores de la
Segunda Guerra Mundial. Su hermano Serguei murió en un campo de concentración
alemán en 1944. Se hizo ciudadano norteamericano, y en ese país escribió sus
más grandes novelas.
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