Una nota sobre Oscar Wilde

VÍCTOR PAZ OTERO
victorpazotero@hotmail.com

En una breve y admirable nota, Borges afirma que evocar a Wilde es evocar la imagen de un caballero dedicado al pobre propósito de asombrar con corbatas y metáforas, que es evocar a un dandy que fue también poeta. Y en otro lugar el mismo Borges, para destruir cualquier ironía y confirmar su inalterable devoción por Oscar Fingal O’flahertie Wills Wilde, hijo de Dublin, agrega que su obra no ha envejecido, que pudo haber sido escrita esta mañana.

Su inteligencia lúdica y casi siempre desconcertante por sí misma, hubiese sido suficiente para colocarlo en un lugar de honor en la historia universal de la ironía y de la literatura. Pero el escándalo que esa misma inteligencia provoca predispuso contra el escritor el espíritu de una época cuya mayor virtud fue la hipocresía y cuyo mayor logro estético fue la estupidez. Y como el público soporta todo menos el talento, “El hombre del clavel verde” fue virtualmente condenado a muerte, a escarnio e ignominia, por practicar un divertimento que entre los victorianos ingleses era una especie de deporte nacional: la homosexualidad.

Homosexual y homosensual, de la cárcel de Reading salió lastimado y torturado, pues ahí en esa sórdida prisión emprendió un viaje a sus propias profundidades para poder ser más hondamente humano y para descubrir que el dolor es algo mucho más que un elemento antiestético e indeseable. Su esteticismo había sido fracturado por el peso agobiante de una realidad hecha de inmundicias. Ahí entendió que su ruina no se había originado en un individualismo egoísta, sino, que por el contrario, se debía a demasiado poco individualismo y que lo más ignominioso había sido recurrir a la sociedad en busca de ayuda y protección.

La sociedad agresiva e insultante de la cárcel le devolvió el rostro insondable de la verdadera poesía y fue un hombre que miró ávidamente ese pequeño dosel azul que los cautivos llaman cielo. Y ahí supo en carne y sueño propio que quien vive más de una vida está condenado a morir más de muchas muertes.

En su doliente y estremecedora balada, en esa que escribió en la cárcel de la ciudad de Reading, donde siempre habrá una fosa de vergüenza, gritó su desesperanza para que lo oyeran bien todos, grito que los hombres matan lo que aman y que el cobarde asesina con un beso y el hombre de valor con una espada.

De la cárcel salió para París, convertido en un escombro y también convertido en una especie de leproso del espíritu. El, el aclamado, el reverenciado y el aplaudido por todos y en todos los salones, el de la infinita gracia conversando, el gran señor de la ironía y de la paradoja, el dueño galante y sofisticado de una inteligencia aguda y divertida, el que se sabía nacido en una siglo que solo tomaba en serio a los imbéciles, ahora solo era un ex presidiario abandonado y solo.

Arrastró su final carcomido por el desprecio y la miseria. Lo acosó el alcohol, la obesidad del cuerpo y el dolor del alma. Pero esa pequeña temporada en el maldito infierno que precedió a su muerte le transmutó el espíritu y muchos de sus valores, la cambio la visión de los seres humanos y la visión de la vida. Fue catástrofe íntima que le humaniza aún más su exquisito y desbordante talento de poeta.
A partir de esa experiencia perturbadora, vida dejo de ser para él decorado y escenario para las esgrimas verbales y conceptuales. Se llena de nuevas e inquietantes certidumbres. La cárcel mata al esteticista y resucita al esteta. Derrota al Dandy y libera al verdadero y gran poeta. Ahora se desconocería diciendo que el arte solo debe crear cosas bellas paro que no debe poner en él nada de la vida. Ahora comprende que ha pasado el tiempo de las sutilezas y de las agudas paradojas. Ahora comprende que también se ha ido el tiempo de las sensaciones extrañas y de la invencuo0nes exóticas. Al salir de la prisión recupera su inocencia y empieza a entender que la silenciosa muerte que lo acorrala en Paris recupera para su intimidad toda la grandeza, esa grandeza tan lejana y distante de la mezquina vanidad.

Su vida de escritor fue un éxito resonante y aplaudido. Especie de metáfora y confirmación de que en la literatura el egoísmo puro es delicioso, pero equívoco y vulnerable. Puso su inteligencia, esa inteligencia a veces con perfil de desmesura y tantas veces divertida, al servicio de una idea estética en la que seguramente nunca creyó con convicción profunda. Fue uno de los seducidos por el pensar de Epicuro. Su obra fue un torrente hipnótico para ese público Ingles atrapado en la hipócrita moralina del mundo victoriano. Para ese público al que pudo decirle que un libro nunca es moral o inmoral, que lo que importa es que este bien escrito. A quien le dijo que todo arte es inútil.

Si Borges dice que la obra de Wilde parece no haber envejecido, que parece haber sido escrita esta mañana. Uno también puede imaginar que esa obra sigue sucediendo en cada una de las tardes en que la inutilidad del arte alimente los rituales de la vida verdadera.

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