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En las calles de Popayán está la historia de Colombia entera, me decía Diego Castrillón Arboleda, que se las conocía mejor que nadie, no por nada fue el autor de Muros de Papel y Muros de Bronce, los libros más célebres sobre “la ciudad blanca”.
A experimentar esa historia vienen miles de turistas cada año. Visitan los museos, hablan con los guías de turismo, leen los periódicos locales, alumbran las noches de Semana Santa, compran libros, entran a las iglesias, beben café con empanadas de pipián. El que no haya comido sopa de nonato en Mesa Larga del barrio Bolívar, no ha probado lo mejor de Colombia, dijo el extinto D'Artagnan sentado como un rey en su trono de conferencista durante un Congreso Gastronómico… y el presidente Duque, se vino antier a Popayán y almorzó en Mesa Larga, como todo un rey.
El escritor payanés Juan Cárdenas, una de las voces más firmes de la narrativa latinoamericana cuenta que su casa fue una cuna de libros, y toda su niñez en la ciudad blanca fue estar inmerso en un aparato de ficción. Y así percibe el mundo a la gente de Popayán: culta e interesada en el saber y en el conocimiento.
Por sus parques desfilan indios, pero también los indígenas, los negros y los mestizos, escribe Juan José Saavedra en un laborioso artículo titulado: “La conquista al revés”, para recordarnos que aquí todos, sin excepción, llegamos de algún lado, en algún momento, y que entre más tierras, más pobres. Porque todos nuestros males, y todo nuestro infierno florece y se cultiva por un eterno problema de tierras.
El inmortal Edgar Negret (al que este año le celebraremos 100 años de nacido), nos enseñó que desde la geometría de éstas calles, que desde la abstracción de nuestra cultura, poseemos el lenguaje del mundo cuando queremos y podemos.
Nadie se imagina que una persona nacida entre estas calles con el extraño nombre de Tomás Cipriano Ignacio María de Mosquera-Figueroa y Arboleda-Salazar, que madrugaba a darle gracias a Dios por ser ateo, llegara a tener tanto poder como para ser cuatro veces presidente de Colombia.
Marcel Proust solía decir que los seres humanos somos dueños y señores de nuestros recuerdos, pero no de la facultad de recordar todo lo que somos, lo que hicimos y tenemos. Y como olvidamos tan fácil, tomamos fotos, pintamos cuadros, grabamos videos, escribimos libros. Nada más bello para quien ama a esta ciudad ver un cuadro de chirimías del maestro Gustavo Hernández en onírico puntillismo, o las iglesias impresionistas de Adolfo Torres, ese Botticelli patojo que pinta doncellas en bicicleta mientras comen aceitunas, tan imposibles de olvidar.
La otra noche me contaba Guillermo Alberto González, humanista de sueños infinitos, que el negro Helcías Martán Góngora, poeta del mar, de quien también este 2020 celebramos 100 años de su natalicio, en una de esas tertulias amenas -que solo se viven en Popayán-, dejó pensando a todos cuando habló de esta ciudad como la mujer laberinto de todas las creencias. Una ciudad donde todo flota, incluso el amor.
El Cauca confluye en Popayán: aquí está su corazón, su latir, su fe y su gobierno. Aquí palpitan los hechos de la cultura inventados por el hombre, y suenan todas las músicas escuchadas por la humanidad. El bien y el mal, el poder y la gloria, la riqueza y la pobreza, la opulencia y el hambre, se reflejan en la nada y en el todo de sus paredes blancas.
El Cauca es un departamento que respira cultura y vive de su patrimonio como ningún otro; pero para ser su gobernantes ha sido menester ser ciego ante la cultura y vivir la desgracia de Edipo Rey; porque a ninguno, en doscientos años se le ha ocurrido crear una Secretaria de Cultura para proteger su patrimonio y gestionar el turismo. ¿Seguiremos así otros cien años doctor Elías?
Excelente artículo. Muy lindo. Felicitaciones profesor Marco Antonio.
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