La peluquería del barrio


HAROLD MOSQUERA RIVAS
hamosri@hotmail.com

Cada quince días sin excepción visito la peluquería de mi barrio, ahora la llaman barber shop. Siempre solicito el mismo servicio, un corte llamado doble miki y en la barba un candado.

Mientras se espera el turno para sentarse en la silla del peluquero hay dos actividades obligadas, hacer una vaca entre los clientes para comprar cervezas u otras bebidas para compartir y hacer una tertulia sobre diferentes temas, tales como la política nacional, las marchas, el futbol, las mujeres, el trabajo y cualquier otro asunto relacionado con la vida misma.

La mayor parte del tiempo se cuentan chistes, anécdotas de la vida y siempre los mayores damos consejos a los niños y adolescentes sobre nuestras experiencias de vida, de forma tal que les sirva de ejemplo para que no cometan los errores que hemos sumado en la existencia.
No es común que entren mujeres a la peluquería y cuando ellas están presentes, sin lugar a dudas se limitan los temas objeto de conversación.

Allí concurren uribistas y petristas, robledistas, duquistas, claudialopistas, liberales, anarquistas, radicales, católicos, ateos, evangélicos, cuerdos y locos. Cada quien tiene su tiempo para opinar.

El día de la peluquería es para mí diferente a todos los demás, es la oportunidad de volver al barrio y encontrarme como en un espejo, con los gratos recuerdos del pasado. La controversia es inherente a la peluquería, pero nadie se molesta con su opositor, se respeta la opinión ajena y todos procuramos gozarnos ese rato como el mejor de la semana.

El 25 de diciembre de cada año sin excepción, hacemos una colecta y entre todos organizamos un sancocho que empieza hacia las 11:00 de la mañana y termina a las 5:00 am cuando se acaba toda la comida y la bebida que tenemos para compartir.

Esta experiencia de barrio me sirve de ejemplo para mostrar como en nuestro país es posible disfrutar de momentos gratos, con personas de diferentes condiciones y opiniones, sin violentarnos ni agredirnos, sin radicalizarnos y al final, el costo mínimo de ese lapso de tiempo, son los 5 mil pesos que cobra el peluquero por su servicio.

Todos debemos pagar esa suma al peluquero que nos presta el servicio, a partir de allí, tenga o no tenga dinero para aportar, todo cliente tiene derecho a las cervezas que se alcance a tomar y cuando hay sancocho, al menos a un plato que mitigue el hambre.

Así mismo, las mujeres del barrio tienen su peluquería, en donde no es costumbre que atiendan hombres, ellas también comparten sus historias, sus experiencias, sus opiniones, sus chistes y de manera periódica acuden a buscar una ayuda extra para lucir mejor.

No se encuentra en el barrio una peluquería que atienda por igual a hombres y mujeres, pues si bien el servicio puede ser unisex, dejaría de ser ese espacio vital en el que unas y otros, so pretexto de hacerse un tratamiento, se encuentran para compartir alegría.

Al final nos damos cuenta que, el corte del cabello o el arreglo que buscamos, es solo una excusa para mantenernos unidos y en paz, como deberíamos vivir siempre en este maravilloso país en el que tanto dolor debemos soportar de manera injusta. Un saludo fraternal a todos los peluqueros de barrio de nuestra región.

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