
VÍCTOR PAZ OTERO
victorpazotero@hotmail.com
El delito parece ser el proyecto de vida colectivo escogido y asumido por millones de colombianos, de manera especial en estas últimas décadas, que paradójicamente, algunos proclaman con una euforia equivoca y perversa como nuestra mayor época de “desarrollo” y de más evidente modernización.
El delito, así suene apocalíptico y desesperanzador, es el más dinámico agente histórico de la trágica transformación de la vida colectiva en la urbanizada sociedad colombiana. Es una presencia y una realidad transversal que afecta de manera profunda y estructural casi todos los elementos que configuran nuestra vida ciudadana. Por eso es bueno preguntarse cuáles son las instituciones que supuestamente se encargan de regular la vida colectiva que no esté permeada por la presencia y el poder corrosivo del delito. La respuesta honesta y sin que este ella influenciada por condicionamientos ideológicos, nos llevaría a constatar que en su conjunto nuestra sociedad atraviesa por un momento crítico de descomposición que a estas alturas ya parece irreversible.
¿Cuándo, cómo y por qué se dio este estremecedor fenómeno que nos conduce a imaginar que nuestro futuro se lo vislumbra más como amenaza que como esperanza?
En épocas distintas y bajo perspectivas de análisis teóricos diferentes se han ensayado respuesta tentativas, que siempre nos han dejado la sensación amarga de que nuestro drama histórico carece de una comprensión y de una explicación que resulte válida y legitima. Lo cual por otra parte es explicable, ya que las mal llamadas ciencias sociales o ciencias humanas nunca han sido instrumentos para alcanzar una probable certidumbre. Son solo esfuerzos tentativos de interpretación acerca de la esencialidad tanto del fenómeno histórico como del fenómenos humanos. Esa “inexplicabilidad” potencializa la angustia colectiva de la misma sociedad que ignora cuales son los elementos que producen y reproducen su degradación y hasta su propia disolución. Siempre ha sido parte significativa del drama humano en la historia el desconocimiento de las fuerzas y de los elementos que orquestan y escenifican los elementos de su desastre. En este sentido nuestra tragedia no es exclusivamente un hecho nacional o regional, ella participa de componentes universales, que se vinculan a esa noción difusa e indefinible con la cual nombramos la “condición humana”.
El análisis religioso podría sostener dentro de su lógica argumental, que el mal y el drama en la historia se anuda desde su génesis a la leyenda de la expulsión del paraíso de la criatura humana, por causa del delito o del pecado de haber probado el fruto dela árbol del conocimiento. A partir de lo cual se entronizó el sufrimiento y el pecado como acompañante inexorable del tránsito humano por el valle de lágrimas.
Pero en un mundo sin Dios y sin dioses, la soberbia razón, solo asumiría con sorna y burla descalificadora este tipo de explicación, que dicho sea de paso, también se ha realizado entre nosotros por algunos de los representantes del pensamiento católico.
Lo que deseamos señalar en esta columna y seguramente en otras posteriores, es que somos una sociedad que de manera bastante generalizada, carecemos de una conciencia clara y de una comprensión aceptable de la profunda crisis que nos afecta y desconcierta en todas las dimensiones tanto de la vida personal como de la vida colectiva. Quisiéramos examinar brevemente algunas de las explicaciones sostenidas o sugeridas para enfrentar el desciframiento de nuestra crisis. De una crisis que no se trata de una transitoria o epidérmica situación de coyuntura. Una crisis que hace que el colombiano más que vivir la historia la padezca como un doloroso drama que termina por aplastarlo y desquiciarlo. Un drama que a veces se banaliza, se simplifica o trivializa y para el cual en muchas ocasiones se ofrecen distractores de una estupidez asombrosa, que inclusive y con mediciones de encuesta, acaban ilusionándolo con la falacia insostenible de que somos uno de los países más felices que existen en este planeta azul con tempestades.
La Corona española tuvo la ilusión de crear uno de los más extraordinarios Imperios, al disolverse, afectó a todos, y nuestras grandes hechos se reducen a saber que: Songo le dió a Borondongo. Borondongo le dió a Bernabé. Bernabé le pegó a Muchilanga.
ResponderEliminarPerdímos el sentido de la grandeza.